Universos ParaLelos

Haciendo del universo un lugar más anodino desde 1988.

24 abr 2012

España es una mierda y la culpa es de los españoles

El egregio texto que viene a continuación, cada coma, cada matiz verbal, merece ser paladeado y deglutido cual axioma científico, incontestable, irrebatible. Certero, empírico.


Lógicamente no es mio, porque yo no escribo más que basura, es de paco HS, y está sacado del (gran) blog Reflexiones de un alter ego virtual.


Pasen y vean:






"Hay algo que siempre me ha llamado la atención de los políticos españoles: su marcada tendencia a la adulación exagerada del ciudadano, a regalarle el oído con lisonjas y a dedicarle octanos y octanos de jabón. Que si España es un gran país, que si los españoles son muy inteligentes, que si confiamos en la sociedad española, que si creen en su capacidad de esfuerzo, que si somos el principal activo del pais… Visto el número de votos que reciben cabría juzgar que la táctica les da resultado pero ¿se la da a los españoles?


Pienso que, llegados a este punto, es hora de decir justo lo contrario, esto es, la verdad. España es un país donde predominan los mangantes, los chorizos, los sinvergüenzas, donde reina un feroz individualismo y la empatía hacia el prójimo brilla por su ausencia. España es un lugar en el que la mayoría de la gente solo se mueve en busca de su propio beneficio, donde el todo gratis es una religión con millones de fieles, donde el esfuerzo y el espíritu de superación están mal vistos y se alaban y jalean la picaresca y el fraude…salvo que seamos sus víctimas.


Este es un país en el que la envidia es el sentimiento nacional, lo que verdaderamente nos une ya que no somos felices sin alguien a quien envidiar y al que tratar de hundir por ello, o desear en secreto su ruina. Somos un pueblo garrulo orgulloso de su garrulez, intelectualmente analfabeto, de nulo sentido crítico y pésima educación cívica; con intrínseca inclinación al escaqueo, inexistente facultad para responsabilizarse de sus decisiones y una desesperada necesidad de acaudillamiento.


Un español necesita sentirse parte de algo, de un colectivo, por petardo y nefasto que resulte, ya sea deportivo, ideológico, político, social o identitario. Ello no tiene ninguna función más allá de convencer al interesado de que alguien comparte inquietudes con él. Basta con que lo parezca, no es necesario que sea verdad. En España nos autoconvencemos pronto de cosas que no son ciertas. La apariencia es suficiente porque no es algo que haya que trabajarse, de ahí que sea tan bienvenida. Una vez se forma parte de algún colectivo como los citados el español defiende los preceptos ahí estipulados a capa y espada, negándose para ello a ver incluso lo que tiene delante de sus ojos. Forma parte de una causa, y por la causa uno lo entrega todo, la dignidad lo primero.


Solo nos consideramos triunfadores si nuestro triunfo se obtiene a costa del fracaso del vecino. Somos cainitas hasta la náusea. Tenemos un carácter incompatible con el progreso científico, tecnológico y humano; situamos la fe por encima del conocimiento y aplastamos a quien haga falta para no enfrentarnos a la falsedad de nuestras creencias. Somos una rémora para nuestros vecinos, un lastre del que más vale desprenderse. África comienza realmente en los Pirineos. Esto es lo que somos. ¿Excepciones? Las hay, pero no hacen sino confirmar la regla básica.


Somos un país de mierda. Y eso es lo que, en este momento, pienso que la mayoría de mis conciudadanos necesitan escuchar. Estamos al borde de un precipicio y los españoles siguen mirando hacia otro lado, sin interés o con miedo, da lo mismo. Nos quieren devorar y nosotros mismos nos rociamos con la salsa de la indiferencia para tener un mejor sabor. Los españoles precisan una terapia de choque: verse en el espejo y constatar que ellos han contribuido a defecar el inmenso truño que es este país.


Habrá quien se tome todo lo anterior como un insulto, que no se vea retratado por mi descripción, que piense que todo es fruto del delirio de una mente enferma o de alguien que odia a España. Solo les digo que se informen de cual es el estado actual del país, del creciente número de personas que tiene poco o nada que llevar a sus casas al final del día, del modo en que los corresponsables de esta situación nos exigen más y más esfuerzos mientras se niegan a reducir sus privilegios, del descaro con que nos mienten, convencidos como están de que no habrá respuesta ciudadana a la que temer. Nos han bombardeado con la palabra "democracia" durante tanto tiempo que ya nos creemos que cualquier cosa proveniente de los autoproclamados demócratas, los institucionales, es más democrática que cualquier iniciativa ciudadana. Y es mentira. Pero tragamos con ello por pereza, por apatía y por comodidad. Hasta que nos vemos afectados. Así es el español medio. Se atreven a todo con él porque le saben dócil y sumiso.


Estamos abandonados a nuestra suerte. Nuestros dirigentes no buscan cumplir con el pueblo sino satisfacer intereses externos. La prensa ha abdicado de su labor de controlar al poder y se muestra como un apéndice del mismo. Las redes sociales aún no canalizan suficientemente el descontento como para hacerlo tangible y darle fortaleza. Muchos españoles se contentan con hacer retweet y clicar en "Me gusta", ese es todo su compromiso.


España es una mierda y entre todos hemos contribuido a que así sea. La pregunta es ¿vamos a permitir que siga siendo así o daremos de una vez el jodido puñetazo en la mesa?"

23 abr 2012

Mil mendigos

Esto lo arreglo yo, desde el ingenio
En la quinta y última temporada de la superlativa e imprescindible The Wire, Jimmy McNulty tiene una genial idea: crear un monstruo. Pero no se trata de un monstruo cualquiera, si no del monstruo más peligroso de todos, que no es otro que aquel que se alimenta de la histeria colectiva.

Para McNulty, la única forma de hacer que el departamento de policía de Baltimore consiga dinero, y por ende, pueda seguir investigando los innumerables crímenes de la banda del ínclito Marlo Stanfield, es confeccionando un monstruo a la medida de una sociedad podrida y temerosa de Dios y de si misma. Y acertó.

Acertó y no fue fácil. Porque manipular cadáveres de mendigos muertos por causas naturales para crear un falso asesino en serie que pueda atemorizar a la población, no es fácil, y no lo es porque a la población le importan una mierda unos cuantos mendigos muertos. No era suficiente. Pero ¿y si.. añadimos una connotación morbosa y sexual? ¿y si... nos topamos con unos cuántos periodístas ávidos de fama y dispuestos a manipular una historia para darse notoriedad? Entonces.. la cosa cambia. El monstruo crece, su notoriedad se hace manifiesta, la noticia recorre las calles... y esas calles, temerosas, puritanas, buscan culpables, señalan al alcalde que está ahogando a la administración policial con recortes... y entonces el alcalde debe cambiar su política ante el asedio populista que le pide que dé caza al asesino de mendigos, el asesino en serie inventado por un oficial que por lo visto está aterrorizando Baltimore.  Porque un asesino en serie es un detalle que un político no puede manipular, es un agente indeseable que mancha su imagen más que millones en recortes, matizables bajo el fino manto de la retórica y la mentira. McNulty lo sabía. Joder si lo sabía.

Y el dinero volvió a fluir para la Policía de Baltimore, porque a la administración política le urgía dar caza a ese bastardo que estaba clavándoles un puñal en la batalla de la imagen. Porque cuando es el poder, la carrera política lo que está en juego, no falta dinero, no faltan recursos, y no se escatima en esfuerzos. El statu quo, esa arma, tan poderosa, tan frágil, tan necesitada de protección.

Al final se descubrió el pastel, obviamente. McNulty, el ebrio ideólogo del plan, se fue a la calle y un pobre diablo se utilizó como chivo expiatorio ante la opinión pública... pero el fin justificó los medios y la mentira dio sus frutos. Verdaderos criminales fueron detenidos gracias al desvío de los fondos que el Ayuntamiento insuflaba para evitar la erosión. Stanfield y su banda cayeron, y Baltimore respiró un poquito, aunque no mucho.

Fueron necesarios tres mendigos para dar tregua a la actividad criminal que asolaba la ciudad, tres mendigos muertos para tocar las teclas necesarias que mueven la codicia del poder político. En España, asolados por una crisis que no se termina, con el contador de parados saliéndose de la tabla y con recortes en innumerables servicios que se presumían, por alguna razón, básicos y adquiridos... harían falta más de mil mendigos, colocados en fila, uno por uno... 

Pero no en Moncloa. En Bruselas.

Y si, el simil es una mierda, pero me apetecía escribir cualquier chorrada.