Manos arriba, esto es Villarato |
Cuenta la leyenda, que un 29 de diciembre del año 1936, dos días antes de nochevieja, y en plenos festejos navideños, un grupo de falangistas, liderados por un personaje que se hacía llamar Quinientos Uno (apodo homenaje al número rojos a los que hizo probar el plomo de su fusil), irrumpió por la fuerza en tres casas de la pequeña localidad de Poyales del Hoyo, y sacó por la fuerza y a collejas a tres mujeres, sospechosas todas de ser republicanas, al más puro estilo de los juicios de Salem. Una de ellas, embarazada, ni lo era, aunque su otro "pecado" era el haber mantenido una relación con un hombre casado, cuya mujer se chivó rauda y por despecho a las autoridades competentes.
A ella, de 26 años, y a las otras dos (una de las cuales era la única persona del pueblo que sabía leer y escribir), las invitaron amablemente a recorrer varios kilómetros de caminos sinuosos para, a una distancia prudencial del pueblo, descerrajarles una buena ráfaga de tiros. Hasta ahí todo "normal", realmente.
Los cadáveres de esas tres mujeres pasaron 70 años abandonados en una fosa común, acompañando en cuerpo y espíritu al resto de víctimas que la Guerra Civil dejó tirados en las cunetas. En 2010, y a pesar de que la alcaldelsa del pueblo (nieta de Quinientos Uno) se niega con toda su fuerza y su saña, se las entierra en el cementerio del pueblo, con un monolito en memoria de sus años de vida.
Pero el 22 de mayo, consabida fecha de elecciones autonómicas y municipales que supuso la debacle socialista ad maiorem Pedro J. gloriam, un grupo de fachas malencarados destruyó el monolito hasta dejarlo en escombro, así que al nuevo alcalde (del PP, por cierto, como la nietísima), sin pedir permiso ni avisar a los familiares, no se le ocurre otra cosa que lanzar los cadáveres de vuelta a la fosa común, en una brillante apoteosis de la trisomía y el sentido común.
Para terminar de redondear el asunto, una manifestación pacífica que protestó por el traslado, fue sacada del pueblo a empujones por los lugareños.
Nunca me ha agradado el afán socialista por remover el pasado Memoria Histórica mediante, básicamente por el aparato ideológico que viene detrás, el pregón reaccionario que sigue a la apertura de una fosa, el convertir un entierro en una revancha, en convertir a sus héroes en mejores que los héroes de los demás. Todos somos nietos de protagonistas de la Guerra Civil, no sólo Zapatero, pero su pasado no me marca en absoluto. Aquí es donde tenemos que demostrar que estamos por encima de la influencia que se ejerció sobre nuestros padres, abuelos, y demás familia. Porque al final no es sólo el entierro, es el discurso, las banderas al viento y la gana de desandar lo andado.
Pero cojones, a nadie se le puede negar una tumba con su nombre, un pequeño y minúsculo metro cuadrado que honre su memoria y sus circunstancias. Puede que el ejemplo no sea muy válido, pero no hace mucho que en el País Vasco un grupo de borrokillas de salón se cargó el monolito en memoria de Múgica. Vale, ¿qué harán los malvados bildisunos al respecto? Repararlo, y punto.
Mientras, en el corazón de Castilla, los aldeanos y los alcaldes del PP montan sindioses de relevancia nacional para fomentar la concordia, el debate útil y la cohesión nacional.
Luego nos quejamos.
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