Más o menos aquí |
En estos lluviosos días de mierda del mes de junio, hay más cosas, aparte de la lluvia, las horas sentado delante de una fila de folios, o el dolor de espalda, que te amargan la existencia o que la hacen un poquito más triste.
Por ejemplo, algo tan simple como encender la radio a las ocho en punto.
Carlos Alsina es uno de los buques insignia de Onda Cero, y por ende de la radio tipical spanish. Y parece que con razón, tiene gancho, estilo, capacidad crítica, y como todo buen periodista, es sospechoso de estar afiliado a un partido político. El caso es que el susodicho Alsina abre sus programas con un monólogo de opinión de varios minutos que, a veces, y ésta es una de esas veces, es cualquier cosa menos un monólogo de El club de la comedia.
Se llamaba Thamer. Tenía quince años. Había nacido, había crecido, había formado su grupo de amigos en una ciudad que se llama Al Jeezah y que está en la provincia de Deraa, en Siria. Hacia el sur, cerca de la frontera con Jordania. Thamer, como todos los niños de Al Jeezah, pasaba sus mejores ratos en la calle, con su pandilla. Uno de sus mejores amigos, aunque tuviera un año y pico menos que él, era Hamza, trece años, un chaval de cara redonda y pelo oscuro al que le gustaba acompañar a los mayores y escuchar las cosas que decían sobre la situación del país y los cambios que esperaban que algún día se produjeran. El 29 de abril, que era viernes, Hamza fue con su padre, y con el padre de Thamer y con otros muchos padres, primero a la mezquita, a participar de la oración, y después a la calle, a participar de la manifestación que reclamó que los militares levantaran el cerco de Deraa, la ciudad díscola. Desde las localidades más próximas, Elnaymah, Athman, Al Jeezah, marcharon hacia Daraa cientos de padres, y de abuelos y de niños. Hamza y Thamer, trece y quince años, iban con la cabeza muy alta, orgullosos de estar participando de algo que, aunque no alcanzaran a medir en toda su importancia, sentían que era muy importante. Avanzaron contentos y nerviosos, sintiéndose mayores. Cuando empezaron los disparos, la marcha se convirtió en el caos. Los que iban en cabeza de la protesta fueron los primeros en caer, ensangrentados. Padres, abuelos y niños intentaron protegerse, salir corriendo, salvar sus vidas. A Hamza y a Thamer sus padres los perdieron de vista en medio del tumulto. 29 de abril. No volvieron a saber de ellos hasta la primera semana de junio.
Los buscaron, acudieron a Daraa con sus vecinos, preguntaron a las autoridades. Nadie les dijo nada, salvo que probablemente sus hijos habrían caido muertos por los disparos. El primero de junio la familia de Hamza recibió el cadáver de su niño de cara redondo y pelo oscuro, su niño de trece años. Al principio quisieron creer que aquel, o aquello, no podía ser Hamza, porque todo su cuerpo presentaba manchas oscuras, hematomas, quemaduras, disparos en los dos brazos, su rostro desfigurado, los dientes rotos, el cuello quebrado y los órganos sexuales mutilados. Quienes lo vieron concluyeron que aquel chaval había sido torturado hasta la muerte, y en Siria quien tortura es quien detiene, la policía del régimen.
El niño Hamza -Hamza el Khatib- se convirtió en el pequeño mártir de una revuelta popular que hasta entonces sólo había conseguido inquietar ligeramente al dictador, lo bastante para que animarle a pronunciar un par de discursos en los que prometió lo de siempre: mejoras en la calidad de vida, reformas para otorgar un poco de libertad a la gente, las mismas mentiras que los sirios llevan escuchando años y años, desde el mismo día que el hijo de Haffed ocupó el sillón de su difunto padre. El régimen improvisó una explicación para el penoso estado en que el cuerpo había sido entregado a los padres: dijo que era producto de la descomposición, del mes que había pasado desde la muerte, lamentó no haber podido identificar antes al pequeño, pero ya sabe usted, señora, como es esto: están las morgues llenas de cuerpos sin acreditaciones.
La familia de Thamer -Thamer Al Shari, quince años- se preguntaba cuánto tardaría los policías en irles a contar la misma milonga a ellos. Ocurrió ayer. Cuando llegaron a Al Jeezah los uniformados con el cuerpo de Thamer para ser entregado a su familia. Presentaba quemaduras en todo el cuerpo, disparos en ambos brazos, el cuello roto, el rostro desfigurado, le faltaba un ojo. Al Jazeera emitió esta mañana el vídeo que muestra el cadáver del adolescente. Como están recordando distintas organizaciones humanitarias, en Siria hay niños, muchos niños que son, como sus padres (o aún peor que sus padres porque son niños) víctimas de la brutalidad de un régimen dictatorial que lleva meses disolviendo manifestaciones a tiros, deteniendo manifestantes de todas las edades y torturándolos en los sótanos de las comisarías.
Como dice el propio Alsina, Túnez y Egipto, que parecían adalides de la libertad y democracia, arrolladoras e imparables revoluciones pro derechos, son únicamente la excepción a una regla, la de los palos, asesinatos, y, como este caso, torturas a críos imberbes de quince años.
Un día maravilloso para ser ciudadano del mundo.
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